Lo primero, es el frío: un viento helado que corre por las laderas y que se mueve sin obstáculos, penetrante, un lengüetazo que azota invisible y que, como un eco, reverbera hacia todas las latitudes. Lo segundo que uno nota al llegar al corregimiento de Pasquilla es el verde: un verde increíble y majestuoso, un horizonte de montañas que no se puede ver en esa otra Bogotá urbana, de edificios gigantes y barrios extensos. Porque sí, este territorio también es Bogotá. La otra capital que aferra sus raíces en la ruralidad y en las tradiciones campesinas que sus habitantes portan con orgullo: ruanas, sombreros, parcelas, panes calientes y cordialidad sin tapujos.
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En este pequeño paraíso de 75,8 kilómetros cuadrados, se ubica la Biblioteca Público Escolar Pasquilla, que este año cumplió tres años. En sus paredes y vidrios hay diferentes citas de personajes célebres:
Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros;
hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua;
en lo que a mí refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.
Jorge Luis Borges.
Tengo la naturaleza, el arte y la poesía.
Si eso no es suficiente… ¿qué lo es?
Vicent Vang Gogh.
El autor solo escribe la mitad del libro.
De la otra mitad, debe ocuparse el lector.
Joseph Conrad.
Pero también hay mensajes de los habitantes y usuarios de las bibliotecas, de esas personas que día a día el equipo de esta biblioteca atiende y trata como una familia. Un equipo conformado por tres mujeres: Vielsa Marroquín, Diana Aponte y Paola Garzón. Tres colaboradoras de la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá que con sus labores impactan vidas como la de Sol Fabiola Martínez, una usuaria cuyas palabras resuenan en un cristal:
Mujer pasquilluna, mujer trabajadora y honesta, que ama con toda su alma y su corazón al campo, que tiene claras sus metas y lucha el día a día por ellas.
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Diana es la promotora de lectura del lugar. Llegó a la biblioteca desde su inauguración, hace tres años. Es licenciada en química y su familia toda la vida ha trabajado con las abejas. Ese origen, las ganas de aportar a la transformación alimentaria y su vocación por la pedagogía la llevaron a elegir esa carrera. Pero, en este camino había una intersección: su gusto por los libros.
Es así como ella en 2015 hizo parte del proyecto ‘Lectores ciudadanos’, en el que tuvo formación sobre temas de lectura y escritura. “Fue así como me empecé a enamorarme de la promoción de la lectura y a trabajar este tema en colegios”, cuenta. Esto hizo que su trabajo fuera conocido y cuando le ofrecieron su trabajo en la Biblioteca Público Escolar Pasquilla, aceptó encantada.
“Entre las estrategias que hago está el romper las barreras de que los libros infantiles son para niños o que es difícil leer un libro sin dibujos. Los niños no tienen tanto miedo o resistencias para acercarse a este espacio; el trabajo ha tenido que ser más arduo con los más grandes”, cuenta. Sin embargo, se siente feliz de que la biblioteca sea un punto de encuentro y un espacio que, pese a las dificultades que ha traído la pandemia, sirve de foco cultural para grandes y pequeños.
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Los niños corren hacia Vielsa, le dicen “¡profesora, profesora!” y ella, sin condescendencias, revisa lo que le muestran: un libro que encontraron con emoción, una tarea que están haciendo allí, quizá algo gracioso que vieron en el celular. Más que la coordinadora de la biblioteca, ella funge de docente, vocación que nació y creció en Pasquilla. Esa tierra a la que ahora quiere retribuir y en la que se aferra fuertemente a sus raíces.
“Sin embargo, nosotros también hacemos mucha gestión territorial”, dice ella. Esto significa que el trabajo no es solo recibir personas, sino llevar la biblioteca hacia donde está la gente. Esto en gran medida se logra gracias a la familiaridad que los pasquillunos se tienen: se saludan, se conocen, saben quiénes son y, en esa medida, se ayudan. “Es que este territorio tiene otro ritmo, otra manera de pasar sus días. Somos campesinos y queremos seguir siéndolo. Y en este espacio reforzamos con orgullo esa identidad que nos representa”, cuenta.
Así, un valor muy importante para este espacio es el de la oralidad y se demuestra en que las personas conversan, charlan, se saludan y se cuentan cosas. También, como campesinos, muchos de los préstamos de libros y materiales que se hacen en Pasquilla tienen que ver con la agricultura. De los alrededor de 4.780 recursos con los que cuenta el lugar, muchos tienen que ver con el tema del campo. La colección se completa por libros infantiles, ubicados en su propia sala, y ensayos, novelas, libros de cuentos, poemas y revistas.
“Lo importante es que no se olvide que cerca del 75% del territorio de la localidad de Ciudad Bolívar es rural. No es lo mismo una biblioteca urbana que una en el campo. El amor por los libros es el mismo, pero las maneras en que se captan los públicos son diferentes”, agrega Vielsa.
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El espacio de la biblioteca está engalanado por globos de todos los colores. Tres años es el motivo de la celebración: el 8 de junio de 2018 se inauguró este espacio. Por las medidas de bioseguridad, el aforo es limitado. Pero esto no evitó que se pudieran hacer actividades como lecturas compartidas o pijamadas literarias. También, del techo cuelgan tarjetas de felicitaciones y agradecimientos a los libros favoritos del lugar: la saga de Harry Potter, las novelas de Mario Mendoza o El perfume de Patrick Süskind.
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Alrededor de la biblioteca hay flores de todos los colores: amarillas, rojas, blancas, violetas y fucsias. También hay dientes de león, que se desmelenan con las ráfagas, y entre los pastizales rumian ovejas y vacas. Pasquilla es un tesoro rural en el corazón de Bogotá y es una puerta de entrada a los páramos.
Algunos de sus lugares de interés son el Páramo de Pasquilla (donde se pueden ver los icónicos frailejones), la laguna El Alar y el embalse de La Regadera. Y, como no, la Biblioteca Público Escolar Pasquilla. Un centro cultural que transforma vidas y territorios.