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La Peña
Crónica de la Biblioteca Pública La Peña

En las colinas centro orientales de Bogotá está el barrio Los Laches. Allí, en inmediaciones de los barrios La Peña, el Rocío y el Guavio, se erige la Biblioteca Pública La Peña. Una apuesta por cambiar el rostro de un sector que quiere demostrar que también hace parte de la oferta cultural de ese otro centro capitalino que se lleva todas las miradas y visitas.

 
Por Sergio Alzate

Al llegar, lo primero que se nota es el frío: una segunda piel que se pega a la tuya, que te envuelve, que te eriza y te endurece los músculos. Pero no es un frío cualquiera, es diferente al del resto de la ciudad: Bogotá se ve allá abajo, hacia el occidente, y se desenrolla como una alfombra que domina todo hasta donde llega la mirada. Pero acá arriba, en el barrio Los Laches, el frío es otro porque baja directamente de los Cerros orientales.

En ese oasis vertical, puerta de salida del concreto o puerta de entrada al campo, según como se le quiera mirar, está la Biblioteca Pública La Peña. Una edificación que destaca de todas las demás que la rodean: la vivacidad del amarillo recubre la mayoría de su fachada, que como cuota de color tiene franjas azules que, dependiendo de la hora y de cómo cae la luz, se ven más añiles o más verdes.  Un edificio de tres plantas, con huerta propia, que se ha convertido en el epicentro cultural de un sector de la ciudad que muchos no conocen. La biblioteca está allí arriba, invitando a todo aquel que quiera, a que la conozca y derribe mitos. 

La Biblioteca Pública La Peña se inauguró el 29 de mayo de 2007 y actualmente, Andrés Antonio Roldán es su coordinador. Siempre está en movimiento, camina de un lado a otro, interactúa con los usuarios, pregunta cosas, habla, planea. Es un cuerpo que no puede estar quieto y con esa vehemencia lleva adelante todos los proyectos de la Biblioteca. 

 

Orígenes del barrio

En el Boletín Cultural y Bibliográfico número 12 del año 1961 del Banco de la República, se cuenta que los colonos españoles en su búsqueda de oro por los territorios que iban conquistando, se toparon con la historia de los Laches: un pueblo indígena, considerado en su época como aguerrido e intrépido y que prosperaba en las cercanías de lo que hoy conocemos como Sogamoso. 
 
“Fue tradición hispana durante la conquista, el conservar los topónimos nativos que agregaban a los nombres de las nuevas fundaciones. Quizás recordando sus andanzas, los conquistadores al dar nombre a los lugares aledaños a Bogotá, denominaron ‘Los Laches’ a un montecillo hacia el oriente, sitio donde está ubicado hoy el Santuario Nacional de Nuestra Señora de La Peña”, cuenta el boletín. Y este nombre, como un eco de siglos, siguió sonando en este territorio hasta su legalización oficial como barrio parte de la localidad de Santa Fe en 1961.
 
Al norte, Los Laches limita con el barrio de La Peña; al sur, con El Rocío; al occidente, con el Guavio; y al oriente, fríos, neblinosos y verdes, están los Cerros Orientales.


 
El equipo de la biblioteca: sus ojos, sus oídos, sus manos
 
Yenny Hernández ha vivido toda su vida en la localidad de Santa Fe. Desde que inició las labores de la Biblioteca Pública La Peña, ella la visitó como usuaria. Llevaba a talleres a su hija, que en ese entonces tenía dos o tres años. Por ese tiempo, se lanzó un concurso para contratar a una nueva auxiliar, se lo propusieron a Yenny, participó y quedó.
 
A ella no le gusta que las personas hablen mal del barrio y de los barrios que componen el sector. “Hablan de violencia, que quizá sucedía en el pasado, pero no se dan cuenta de que este es un lugar privilegiado porque estamos al lado de los cerros, no sufrimos por la contaminación, podemos respirar y no sufrimos de exceso de ruido”, explica. 
 
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Después de Yenny, también llegó como auxiliar Sandra Simbaqueba. “Fue complejo aprender al inicio, sobre todo porque en esa época las tareas todavía se hacían con libros. Entonces, llegaban los niños a consultarme cosas para poder hacer las tareas y me tocaba indagar las enciclopedias. Lo bueno es que ya uno ahí iba afinando el olfato con la memoria: si es de tal tema, está en tal lado; si es de otra, en este otro lado”, cuenta. 
 
También dice que las historias que tienen que ver con espantos, monstruos, fantasmas y terror en general son de las que más gustan, tanto escritas como audiovisuales. 
 
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La huerta de la Biblioteca Pública La Peña ha ido virando su especificidad, poco a poco, hacia las especies polinizadoras. Es decir, aquellas que atraen a insectos o aves que buscan polen y que, en sus picos, patas o “bocas”, van de flor en flor para ayudar a la reproducción de estas especies vegetales. La huerta queda en el costado sur de la biblioteca y queda emparedada entre esta y la sede de acción comunal del barrio. Acá hay arbustos de anís, un árbol de tomate de árbol, flores de diferentes colores del espectro azul y rojo, suculentas y demás. La idea es que la comunidad aprenda sobre huertas urbanas y pueda replicar estos espacios en sus hogares, con el fin de contribuir a la preservación de las especies polinizadoras y, por ende, al del medio ambiente en general.
 
En este espacio, Mary Yohana Jamioy (promotora de lectura) cuenta cómo llegó a la biblioteca hace nueve años: “inicialmente, yo vivía acá y hacía parte de un colectivo ambiental llamado ‘Trueque por la montaña’. Veníamos a buscar libros sobre temas ambientales y de apropiación territorial desde lo ancestral y comunitario, así que este espacio no me era desconocido. Hasta que me doy cuenta de la vacante y decido participar”. 
 
Siendo su enfoque las ciencias naturales y la educación ambiental decidió participar. Además, que con el tiempo las cuatro líneas de la biblioteca la enamoraron: memoria, territorio, educación ambiental e interculturalidad. Estos temas, transversales a las necesidades de la comunidad, resonaron con los gustos particulares de Mary. 
 
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Andrés Antonio Roldán llegó a la coordinación de La Peña este año, en plena transición entre las cuarentenas y la reactivación de una ciudad que vuelve a levantar el cuello tras los estragos de la pandemia. Prácticamente, conoce a cada visitante de la biblioteca por su nombre, sabe dónde viven, dónde estudian y qué gustos culturales tienen. “Este espacio se ha convertido en un refugio para los niños y los adultos mayores de los barrios aledaños. Acá encuentran actividades, una oferta cultural, un lugar en el que entretenerse y reunirse”, cuenta.
 
Como parte de sus labores de coordinador, incentiva fuertemente la creatividad. Por eso, con los más pequeños, crea actividades de dibujo, cuyos resultados finales engalanan las paredes de las distintas salas de La Peña. También, hay dioramas de la biblioteca: La Peña replicada con vasos plásticos, árboles de plastilina, pasto de pintura verde y pitillos como alumbrado público. 
 
Aunque quizá una de las labores más titánicas de Andrés ha sido la de hacer cumplir ese adagio popular que dice que si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. “Estamos a cinco, diez minutos caminando del otro centro: el turístico, el de las instituciones, el de las universidades. La gente baja hacia allá, pero nadie sube a conocer este lugar. Así que voy a llevar la biblioteca y sus dinámicas a esa ciudad”, explica.


 
Los gemelos de La Peña
 
Cristopher y Juan Camilo son dos gemelos de no más de cinco años. Son activos, llenos de energía y ven a la biblioteca como un segundo hogar. Tienen las pieles tostadas no por el sol, sino por el frío de la montaña que da ese color trigueño sonrosado tan característico de quienes viven a la vera del viento. Se cuelgan de Andrés, le piden permiso, le recuerdan que deben jugar y se ponen sombreros vueltiaos de cartón. 
 
Hacen parte de estas nuevas generaciones que se apropian de la Biblioteca Pública La Peña y que con sus manualidades engalanan las paredes de diferentes lugares: la sala infantil, la sala general. Hojas en las que pueden verse entre las abstracciones de los trazos infantiles galaxias, plantas, rostros, montañas. Las mismas montañas en las que viven y juegan estos gemelos, entre amigos, pasto, libros y películas. Mirando a una ciudad que se extiende, casi infinita, hacia el horizonte del occidente, saludándola a diario desde la Biblioteca Pública La Peña.